Querido Diario…
Creo, que en algún punto del pasado, un humano se coló en el reino de los cielos y cagó un gran truño en el cuenco de arroz de los espíritus celestiales, salió huyendo y enfadó a los espíritus. Por represalia, se dedicaron por completo a hacer de la vida de la humanidad un insoportable infierno viviente. Eso explicaría porqué mi vida es un largo torrente sin fin de horrendos episodios.
Te lo juro, si descubro que soy el personaje principal de algún reality de televisión trillado, dónde la gente puede ver mi cara de una vida en pantalla grande, viajaré a América personalmente y le arrancaré las pelotas a Carrey-san.
Entré al patio interior esta mañana – un espacio normalmente reservado para admirar la colección de arte moderno de Madre – sólo para encontrar la mitad inferior de Saori sobresaliendo de un agujero recién abierto en el pladur como un degenerada muñeco sorpresa. Madre estaba de pie junto a ella, sonrojada y jadeando, aún sujetando el taladro industrial que claramente había usado para crear esta abominación arquitectónica.
“¡Buenos días, cariño!” trinó ella, limpiando el sudor de su frente. “¡Sólo estábamos experimentando con la intimidad espacial!”
Los gritos amortiguados de Saori resonaban de la cavidad de la pared. “¡Mi Reina! Los tachones pellizcan mi…”
“Silencio, mi diminuto pétalo de pasión,” Madre arrulló, azotando las desnudas, y ahora enrojecidas, nalgas con afecto. “Emiko-chan ayudará a extraerte.”
“¡Ojalá pudiera extraeros a las dos de esta casa y meteros en un zoo!” refunfuñé.
Me pasé la siguiente hora hasta las cejas de polvo de pladur, tirando mientras Madre lubricaba la cintura de Saori con aceite de cocinar. Cada tirón se sentía como arrastrar un corcho testarudo de una botella de vino rancio. Cuando Saori salió libre – cayendo en un montón de fragmentos de plástico y extremidades oleosas – mi uniforme se quedó arruinado, mies puños raspados a pelo, y mi estómago revuelto del olor a aceite de canola mezclado con el perfume floral de Saori. Me cambié rápidamente y entonces me escapé de la escena sin desayunar, por miedo a echarlo a perder después.
Llegando media hora tarde al club de literatura de Kazuko-sensei se sintió como entrar en un pelotón de fusilamiento. La profesora – una mujer cuya simple postura gritaba “Plancho mi propia espalda” – pausando a media frase sobre los haikus de Basho. Sus gafas se deslizaron por su nariz mientras me miraba.
“¡Sed bienvenida, Princesa Elizabeth!” dijo arrastrando las palabras, con la voz más fría que un onigiri quemado en un congelador. “¿Por fin la atracción gravitatoria ha traído al ego de su alteza al fin lentamente a la rotación de la Tierra? Podría vos descender para acompañarnos en tan baja presencia. Por Dios, Princesa. ¿Podría ser más inepta sin drogas o ayuda política?”
Las risillas explotaron. Antes de que pudiera replicarle, levantó una mano.
“Suficiente. Eeeeen otras noticias, tengo el infortunio de informar a vuestras mentes bobas y simplonas que tenemos una nueva estudiante que se ha trasladado. Por favor tener en cuenta, y debo ser muy clara con este asunto, que por favor observéis la Regla Cero: nada de asesinarla o intentar convertirla a un nuevo orden mundial, culto fanático O, aún peor, al club de anime.” Hizo un gesto hacia la puerta. “¡Entra!”

Dentro pasó Hanzo Yuriko - quien también resultó ser la irritante perra morena de ayer – que llevaba puesta una sonrisa más afilada que un cuchillo para cortar sushi...
“¡Holitaaa a todooos! ¡Soy Hanzo Yuriko! ¡Vamos a ser todos los mejores de los mejores amigos por siempre jamás!” Saludó con el brazo como si fuera un metrónomo roto después de tomarse mil tabletas de chocolate y medió bidón de Red Bull.
Entonces, sus ojos se centraron en los míos. El reconocimiento se completó. Su sonrisa se agrió. “Oh por el amor de los tampones usados. *¡¡¡¡¡¡¡Tú!!!!!!!*.”
“Hanzo-san,” dije, con una voz más plana que un lenguado disecado. “Qué *placer* verde de nuevo. ¿Te has perdido de camino al circo?”
La sonrisa de Yuriko se volvió predatoria. “Nah, sólo seguía la peste a desesperación. Supongo que me ha llevado directamente hasta ti, Rubita.”
Antes de que pudiera contraatacar, Kazuko-sensei nos dejó borrosas cual pétreo tornado. Sus huesudas manos agarraron nuestros cráneos. Lo siguiente que escuchamos fue un estruendoso CRACK y entonces, la oscuridad me consumió por completo.
Cuando la consciencia volvió a mí, mi frente palpitaba empáticamente con las funciones cuadráticas de la pizarra. Al otro lado del pasillo, Yuriko se frotaba su propio chichón, lanzándome una mirada que prometía un eventual desmembramiento lento, lo cual en aquel momento, hubiera sido mano de santo.
En el almuerzo, me tendió una encerrona en las máquinas expendedoras.
“Duelo. Después de clase. Detrás del gimnasio.” siseó, con su aliento oliendo ligeramente a galletas de algas rancias.
Me encogí de hombros, di un buen bocado a mi cruasán de ajo, me incliné – y liberé un fuerte eructo con peste a cebolla directo en sus fosas nasales. Sus ojos se echaron atrás cuales máquinas tragaperras estropeadas antes de desmayarse en el linóleo.
“Victoria,” anuncié a los horripilados espectadores, limpiando migajas de mi bléiser. “La ciencia triunfa de nuevo. Podéis postraros ante mí…”
Muchos efectivamente se arrodillaron, aunque para ser sincera, haya sido en parte por el intenso olor a ajo que seguía persistiendo en el aire.
Después del almuerzo, me refugié en la biblioteca con Arisawa Yuki. Mi querida amiga estaba sentada apartada en nuestro rincón habitual, rodeadas por torres de volúmenes de manga y libros de texto. Su largo y negro como la tinta cubrían cual cortina su cara mientras garabateaba notas, con grandes y redondas gafas magnificando sus sinceros ojos.

“Yuki-chan,” suspiré dramáticamente, desplomándome en el sillón de felpa junto a ella. “Te prometo que Kazuko-sensei tiene una vendetta personal contra mí. Y la nueva estudiante trasladada – Hanzo Yuriko – es como una cucaracha rebañada en purpurina. Imposible de ignorar pero imposible de aplastar.”
Yuki levantó la mirada, con su expresión suave como el mochi fresco.
“Oh, Emiko-san,” murmuró, dejando su lápiz. “Siempre eres tan valiente plantando cara a los problemas de frente.”
Ella me ofreció un daifuku de fresa envuelto de su bento – una ofrenda de paz más dulce que cualquier disculpa.
“Sabes… ¿quizá… quizá esta tal Hanzo-san sólo necesita una amiga? A mucha gente le cuesta hacer amigos…”
Resoplé, abriendo el pastel de arroz. “¿Amigos? ¡Esa diablilla quiere batirse en duelo conmigo detrás del gimnasio! ¡Es tan amigable como un avispón en una lata de refresco!” Aun así, el silencioso optimismo era contagioso. Como encontrar una taza intacta tras un terremoto. Pasamos la siguiente hora estudiando trigonometría. O más bien, Yuki estudiaba mientras yo escribía el nombre de Kyosuke repetidamente dentro de funciones cuadráticas en forma de corazón.
El timbre rompió nuestra paz. “¡La biblioteca se cierra en cinco minutos!” siseó la Señora Tanaka, apareciendo como un espectro de entre las estanterías.
Nos dimos prisa para recoger nuestras cosas. Fuera, el anochecer pintaba los pasillos de un morado magullado.
“¿Te parece bien si… si vamos a casa juntas?” Yuki preguntó suavemente, ajustando sus gafas.
Antes de que pudiera contestar, una sombra se despegó del hueco de la máquina expendedora. Hanzo Yuriko se inclinó contra la pared, con los brazos cruzados, mascando chicle como si le debiera dinero.
“Bueno, bueno,” dijo lentamente. “Pero si son la Reina del Ajo, Eructina IV, y su bufona tarada cuatro-ojos.”
Yuki se quedó helada. Su mirada se bajó hasta sus mocasines, con los hombros torciéndose hacia adentro como si la hubieran golpeado. Esta cucaracha no sólo me había insultado a mí; había esparcido su roña de cucaracha sobre un ser puro de verdad en esta cloaca de escuela (O sea, a parte del espléndido y adorable Kyosuke).
“Yuriko,” susurré, con la voz más fría que nitrógeno líquido en un Cd de Vanilla Ice. “Nos vemos en la azotea. Cinco minutos. Tráete tu registro dental, la policía los va a necesitar para identificarte.”
“¡No!” Yuki gritó ahogadamente a mi manga con desesperación. “¡No merece la pena!”
Pero Yuriko ya se estaba desvaneciendo por el pasillo como el humo. Agité a Yuki gentilmente. “Quédate aquí,” le ordené, corriendo hacia el hueco de la escalera. La dulce cara de Kyosuke me vino a la cabeza momentáneamente - *luego*, le prometí en silencio. Ahora, esta cucaracha debía ser exterminada.
El viento de la azotea me abofeteaba las mejillas al descubierto mientras empujaba la pesada puerta para abrirla. Yuriko estaba con su silueta dibujada contra el brillo de neón de Tokio, mascando chicle con feroces chasquidos.
“Te has tomado tu tiempo, Princesa” se burló. “¿Creías que te podías esconder detrás de tu amiguita la empollona?”
Mis puños se cerraron alrededor del asa de mi mochila. La dulce cara de Kyosuke flotó frente a mí, su tímida sonrisa, sus mofletes manchados de chocolate. *Sólo vete*, susurraba la razón. *En vez de esto ve a buscar a Kyosuke-sama*. Pero entonces la expresión rota de Yuki me vino a la mente – la forma en la que se curvaba como papel de origami. “No deberías haberla insultado,” dije, con la voz más baja que el retumbar de un metro suburbano averiado.
Yuriko resopló. “¿Oh? ¿Vas a llorar por tu mascota empollona?”
El viento de la azotea sabía a cansancio y a lluvia inminente.
“Si le sigues insultando,” gruñí, con mis puños volviéndose blancos alrededor de las correas de mi mochila. “supongo que incluso TÚ te has cansado de tu existencia infectando a este planeta. ¡Pues déjame arreglar eso, mequetrefe!”
Yuriko escupió su chicle en la grava. “Adelante, Perra. Veamos si tu cabezón sólo tiene aire caliente.”
Levantó su puño, sus puños me herían como un vestido hecho de encaje de seda. Yo hice lo mismo, la imagen de la tímida sonrisa de Kyosuke iba y venía - *Luego, mi amor. Esta cucaracha debe ser aplastada primero.*.
Nos lanzamos y movimos nuestros-.
"*Erlauben Sie mir, Sie zu unterbrechen!*."
La helada, noble y aguda voz cortó el viento de la azotea como un bisturí corta la seda – bajo, rotundo y totalmente falto de calidez.
Entre y Yuriko y yo, el aire brilló violentamente. Entonces *ella* se materializó: una silueta cortada de terciopelo nocturno. Su vestimenta se agarraba como una sombra líquida – un vestido gótico de lolita cortado a medio muslo, con medias de red desvaneciéndose dentro de unas botas altas con tacones de aguja tan afilados como para punzar el asfalto. Cabello azabache caía por debajo de su cintura, marcando una cara porcelánica cubierta por una máscara veneciana adornada con brillantes signos que latían como estrellas murientes. Katanas gemelas, más largas que sus piernas, siseaban mientras las desenfundaba de la nada. Las hojas cantaban con un sonido de hielo resquebrajándose.
Antes de alguna de nosotras pudiera gritar, se movió. No dio un paso- un auténtico teletransporte. Un instante estaba de pie a cinco metros; el siguiente, su espada cortó hacia abajo dónde estaba el cuello de Yuriko. Actué sin pensar – empujando a Yuriko a un lado. La hoja silbó al pasar, cortando un hilo de la mochila de Yuriko en su lugar. El tejido se partió como papel. ¡Sí habían dudas de si las espadas eran reales o no, ahora estaba más claro que el agua!
"*Du törichter Narr!*," la chica siseó, con su voz haciendo eco como si viniera del fondo de un pozo.
Ella pivotó hacia mí en un abrir y cerrar de ojos, con la espada en alto por su tajo asesino. El terror petrificó mis cuerdas vocales. Mi vida pasó ante mis ojos y no tuve ocasión de ser cínica… ¡este era el fin!
*¡¡¡PUM!!!*
La puerta de la azotea se abrió de golpe. Kazuko-sensei estaba de pie en la puerta, su mirada era más afilada que cualquier espada. No gritó. No se inmutó. Que digo, ni siquiera se movió hacia nosotras. Sólo miró fijamente a aquella criatura negra con la intensidad de un bisturí diseccionando un cuerpo. Y ésta, por su parte, la fulminó con la mirada furiosa. El silencio estaba sobrecargado, denso como el alquitrán.
Pisadas lejanas que golpeaban subiendo las escaleras nos dijo que había sonado una alarma, los profesores venían.
La cara mujer enmascarada se dirigió hacia el sonido. Con un giro rápido de muñeca, arrojó una pequeña bola obsidiana. Se rompió frente a nuestros pies, vomitando oscuridad que engullía la luz, sonido e incluso gravedad. Cuando se despejó unos segundos después, se había esfumado.
Sólo quedaba Kazuko-sensei, espolsando tiza de sus mangas. Nos miró – dos montones temblantes en la grava – casi con empatía y un pequeño toque de preocupación, antes de que su cara se endureciera otra vez. Entonces, se alejó sin decir ni una palabra.
Los profesores que llegaban encontraron a Yuriko vomitando en una tubería mientras yo agarraba mi bléiser roto, temblando tanto que mis dientes castañeaban. Sus preguntas zumbaban como moscas lejanas.
“Caí,” Yuriko graznó, limpiando su boca.
“Tropecé.” Asentí callada, la mentira sabía amarga en mi lengua.
Nos escoltaron abajo, con una confusión neblinosa. Nadie mencionó la oscuridad. Nadie la mencionó a *ella*.
En casa, no di un portazo al entrar. No grité. Sólo caminé pasando de Madre y Saori, quienes habían estado intentando origami sincronizado con braguitas comestibles de papel de arroz, y me fui directa al baño. El agua escaldaba, poniendo mi piel de un tono rosa langosta. Tras levantarme, me metí en la bañera. Me hundí profundamente en el agua hasta que mis oídos estaban llenos con silencio líquido, viendo el vapor rizarse como hojas espectrales.
Pisadas se movían fuera – indecisas, anormalmente silenciosas.
“¿Emi-chan?” la voz de Saori, libre de su habitual sumisión jadeante, sonaba casi… humana.
“¿Estás…. bien, querida?” Madre murmuró algo borroso, preocupada por hilar un matiz de preocupación con sus palabras.
No entraron sin permiso. Sin embargo, tampoco hicieron ninguna broma. Sólo se quedaron ahí, como fantasmas flotantes en la puerta.
Me quedé sumergida y no dije nada. Los recuerdos de esos signos que latían tras mis párpados – un faro en un mar de pesadilla. ¿Qué pasa si encontraba a Yuki a continuación? ¿A la dulce y frágil Yuki, quien se asustaba con sólo alzar la voz? ¿O a Kyosuke… el inocente Kyosuke, quien seguía sabiendo a chocolate y sol radiante? El pensamiento me sacó del trance.
¡¡¡NO!!!
El desagüe de mi bañera hizo gárgaras como un hombre muriéndose atragantándose con canicas – una banda sonora apropiada para mi noche.
Fuera, la voz amortiguada de Saori se abría paso por el vapor: “¿Madre, no deberíamos…?”
Apenas podía oír la respuesta de Madre. “No esta noche mi amor. Déjala estar. Con suerte hablará mañana.”
Mientras tanto mis dedos no hacían más que arrugarse más. Cuando supe que por fin se habían ido, me escabullí de la bañera, me sequé y repté hasta mi habitación para intentar dormirme.
Intentar era la palabra clave aquí. Por eso es que te estoy escribiendo a ti ahora.
¡No puedo permitir que ella les ponga un dedo encima! ¡Debo detenerla! ¡La detendré! No dejaré que mi familia y amigos y marido vivan con temor por sus vidas. La derrotaré.
Aunque sólo Dios sabe cómo podré hacer eso. Necesito un milagro.