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Querido Diario…
He vuelto…
El sol apenas rozaba el horizonte, y mi día ya había empezado de la forma más peculiar.
Tras dejar a la gentil cascada de agua con doble filtrado caer sobre mi gloriosa figura, me vestí en mi festejado traje de instituto y me paseé elegantemente hasta la cocina de mi familia, con el olor a café recién hecho atrayéndome, sólo para ser recibida por la escena más indecorosa que una chica podría concebir ver. Madre, en toda su ‘desnuda gloria’, estaba follándose a Saori en posición de perrito con lo que parecía un gran strap-on morado y con bultos. La bancada de la cocina era su nido de amor, el lugar habitual de preparación del desayuno ahora siendo un escenario lésbico para su actuación sexualmente depravada.

(Click para ver la imagen completa Amablemente dibujada por Kaisor_Mon)
“Mami Amada…” la puta de mi hermana dijo. “Eres tan grande… por favor… piedad…. La pequeña Emiko-chan nos podría ver…”
¿Oh? ¿AHORA piensa en eso? ¿Después de tener sexo con nuestra mamá en la cocina como una puta en celo durante la última hora?
“No te preocupes querida mía….. ella no se levantará hasta dentro de un rato… ¡¡¡ahora ladra como la perra que eres!!!” Mi madre gritó mientras insertaba su falo más profundamente en el apretado coño de Saori-onee-san.
“¡GUAU! ¡GUAU!” Saori respondió ladrando, su vagina estaba literalmente rezumando fluidos por el suelo.
Mi estómago se revolvió, y no era por el hambre.
“¡Es [b]totalmente[/b] mi puta hora de levantarme, Madre! Por Dios, la Virgen y todos los Santos, ¿no tenéis ninguna maldita vergüenza? ¡Buscaos una habitación, las dos!”
“Los celos no son propios de una chica de tan alto estándar…” Me reprendió Madre mientras sacaba el dildo y lo arremetió contra el culo de One-san, haciendo que mi hermana chillara fuertemente y ladrara como un terrier escocés ladraría si un terrier escocés tuviera un dildo de 18 centímetros clavado en su grasiento culo.
“¡Y el puterío incestuoso es impropio de una madre, pedazo de estúpida!” Bramé, cerrando la puerta frontal de la mansión de un portazo.
No podía creer lo que acababa de ver. Madre y Saori, en la cocina, dándole otra vez como una pareja de conejos en celo. Era como meterse en una escena porno, pero con parientes. Uf, la imagen se quedó quemada en mis retinas y ni toda la legía del mundo iba a poder limpiarlo. Salí corriendo de la mansión y enterré mi cara en mi mochila, gritando a través del plástico curtido, con los hilillos baratos haciéndome cosquillas en la nariz.
Entonces me detuve, exhalé…. Y entonces me relajé… y dejé que una sonrisa floreciese en mi cara.
Ah... no podía permitir que tales seres inferiores me afectasen. Después de todo, hoy no era el día de afligirse por mi retorcida familia. Hoy es el día por el que llevo esperando toda la eternidad – ¡el día de mi cita del sundae con Kyosuke! El pensamiento de su dulce e inocente cara era como una brisa fresca en un día caluroso de verano, quitando la enfermedad que era mi familia. Varias versiones angelicales de Cupido flotaron sobre mi cabeza mientras soñaba con él, aunque no sabía porqué todas se parecían a DeVito y a Dinklage.
“No te preocupes querida mía….. ella no se levantará hasta dentro de un rato… ¡¡¡ahora ladra como la perra que eres!!!” Mi madre gritó mientras insertaba su falo más profundamente en el apretado coño de Saori-onee-san.
Y finalmente, tras muchas horas de crueles clases, el predestinado momento llegó. El último timbre del día sonó, y los vacíos pasillos del Instituto Meiwa se llenaron de cacofonía de alumnos dispuestos a escapar los confines de la educación.
Yo, sin embargo, tenía otro escape en mente. Me dirigí con la máxima prisa, probablemente corriendo por encima de los miembros del club otaku mientras salía, y encontré a mi joven príncipe azul esperándome fuera de las puertas de la escuela, su corazoncito seguro que se ha acelerado cual hámster psicótico hasta arriba de azúcar corriendo en la rueda al verme. Es que, ¿quién puede culparle? El sol brillaba, y el mundo parecía estar sonriendo sólo para nosotros mientras paseábamos elegantemente juntos hacia el cielo azucarado de la tienda de sundae local.
El sitio al que elegimos ir no era el lugar con más clase que digamos, para resumir, era una pesadilla pastel de rosas grisáceos y morados tragados por un hipopótamo daltónico y vomitado de nuevo para crear este paraíso de dulces que me provocaba dolor de dientes sólo de verlo. Sin embargo, cómo era el favorito de Lord Kyosuke, yo perseveraría. Podía sentir su emoción mientras entrábamos, la tintineante campanita de arriba anunciando nuestra llegada. La joven camarera me miró con una mezcla de asombro y celos, sus ojos estaban oscilando de mí a Kyosuke y de vuelta hacia mí. Me sentía como una reina, y mi pequeño príncipe estaba a punto de ser tratado con la experiencia real que merecía. Todo el que posara su mirada sobre nosotros sólo podían desvanecerse en pena de que ni en sueños podrían ser objeto de nuestro afecto.
Una semejante de estos peones se colocó las gafas y tartamudeó, “Sentaos dónde queráis. Hay muchos sitios. Nos acercaremos luego.”
Algún día, cuando tome el control dictatorial del universo, invocaré a una docena de monos lunáticos para que torturen a esa lacónica y descorazonada zorra hasta la muerte por su insolencia.
Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, el sol se proyectaba por nuestras caras un cálido brillo. El olor a gofres y crema recién batida llenaban el ambiente, y no podía evitar sentir una emocionante anticipación. Esto era. Este era el momento que había estado esperando, el momento que había estado planeando durante semanas.
“Así que, Lord Kyosuke,” Comencé, poniendo mi mano sobre la suya suavemente. “¿Qué tipo de sundae quiere hoy?”
Sus mejillas se volvieron más rojas que el atardecer en Kyoto. “Yo... eh… me tomaré el mismo que tú, Emiko-chan.”
No podía resistirme a la necesidad de juguetear con él, “Oh, ¿así que me llamas ‘chan’, ahora? Qué atrevido.” Solté una risilla, con mi voz tan dulce como la cereza azucarada que pronto íbamos a compartir.
Entonces grité al cielo, “¡PRONTO TUS BEBÉS ME LLAMARÁN ‘MAMI’! ¡Y TÚ ME LLAMARÁS PLACER DE TU CARNE!”, pero sólo lo hice mentalmente, por desgracia, esto nunca llegó ni a sus oídos ni a los de nuestra no concebida criatura.
Él me miró, con esos ojos titilantes cuales estrellas en el cielo nocturno. “Sólo porque tú eres como un sundae para mí, tan dulce y bonita,” murmuró tímidamente.
Mi corazón se latió a destiempo, y no pude evitar sentir un calor esparcirse por mí, a pesar de lo sosas que eran esas palabras. Mentalmente le di un choque de puños a Benzaiten, diosa del amor, en mi cabeza, entonces pedí dos de sus sundae especiales de chocolate triple con extra de crema batida y una cereza arriba – uno para cada uno. Mientras esperábamos, charlábamos distendidamente sobre la escuela, sus amigos, y sus dibujos favoritos. Los temas mundanos sin mayor trascendencia; todo lo que importaba era la conexión que compartíamos, la forma en la que nuestras risas se mezclaban juntas como la dulzura de los inminentes aderezos del sundae.
Los sundae gemelos llegaron, una montaña de chocolate y crema que parecían demasiado celestiales como para comérselos, como una gran bola llameante de muerte por diabetes por todas partes, veía como los ojos de Kyosuke se iluminaban, y él se adentró en el suyo con el entusiasmo de un niño en una tienda de chucherías, lo cual, supongo, era muy acorde con la realidad. Sus adorables mofletes hinchados estaban pronto ligeramente manchados con chocolate y sirope de fresa, con una sonrisa que era tan ancha como el Gran Cañón o las cintas de sujetador de la Señora Parton. Estaba empezando a ser demasiado para mi pobre tímido corazón.
Mientras comíamos, moví mi taburete de tal forma que estuviera sentada junto a él, susurrándole dulces palabras que le hicieron sonrojarse. Cada bocado del sundae era un sabor era un probada de nuestro creciente amor, y con cada segundo que pasaba, podía sentir la tensión acumulándose entre nosotros. Finalmente, no podía aguantar más, y me incliné y le besé, nuestras lenguas bailando juntas como las cerezas y la crema batida sobre nuestros postres. Sus mejillas estaban tan rojas como la fresa de los laterales del sundae, pero él no se soltó. En su lugar, se inclinó hacia mí, con sus bracitos rodeando mi cintura.
El beso era como una chispa en un bosque seco, encendiendo una pasión que había estado acumulándose por lo que parecía una eternidad. Nos separamos, ambos jadeando ligeramente, nuestros ojos fijos en un acuerdo silencioso. Los otros clientes de la tienda estaban mirándonos, algunos con sonrisas, otros con miradas de sorpresa y asco.
“Por el amor de Dios, ¿no tenéis ninguna maldita vergüenza?”
“¡Sí, buscaos una habitación, parejita!”
Pero a mí ni me importó, ya que estábamos bailando un paso para dos en nuestro pequeño mundo, solo Lord Kyosuke y yo.
Mientras nos acabábamos nuestros sundaes, la dulzura de nuestro beso seguía persistiendo en nuestras lenguas, Kyosuke me miró con nueva confianza en su mirada. “Emiko-san,” susurró, “me lo he pasado muy bien hoy. Gracias por salir conmigo.”
“El placer es todo mío, Lord Kyosuke,” respondí, dándole una gran sonrisa. “Sólo estoy…. Contenta de estar pasando tiempo contigo.” [b]¡Y de arrancarte la ropa y hacer el amor acalorada y apasionadamente bajo los ardientes soles de Anubis![/b], aunque esa última parte fue pensada, más que hablada.
Y con eso, nos acabamos nuestros sundaes, con el sabor a amor manteniéndose en nuestros labios como el más dulce de los chocolates. Mientras dejábamos la tienda, el mundo parecía diferente. Más brillante. Más claro. Con más propósito. El aire estaba lleno de olor a promesa y la dulzura de nuestro floreciente y apasionado amor.
Pero por desgracia, la realidad se entrometió eventualmente. Kyosuke se disculpó, con la misma timidez adorable cómo hacía siempre, y se dirigió a mi futuro hogar, em… su hogar actual. Mientras yo volvía a la gasolinera inducida por el Infierno a la que llamaba hogar, y perdida en un aturdimiento de pensamientos tranquilos, felices y lúcidos (muchos de ellos NO eran recomendables para menores de 13), me encontré de repente con otra figura. Sacudí la cabeza hacia arriba y vi a una adolescente de piel morena, vestida con el mismo uniforme escolar del Instituto Meiwa que yo llevaba. Ella me miró, con los ojos entrecerrados y chasqueando como fuegos artificiales dracónicos dentro de una caja de pizza.
“¡Eh, mira por dónde vas, perra!” la plebeya escupió, empujándome a un lado con sorprendente fuerza e increíble audacia.
Mis ojos se agrandaron como Mario cuando se come un champiñón, y corté con la mirada a la chica. “¿Perdona, Señorita?”
“Oh, estás perdonada…” La chica morena miró por el reojo. “Sólo mira por dónde vas, rubita. ¡Eres tan patosa cómo un asalariado borracho en una cuerda floja!”
Mi mano se lanzó a abofetearla, pero algo me paró. Puede que quizás fuera el placer posterior de mi beso con Kyosuke, o quizá era sólo que estaba cansada de luchar hoy. “Perdóname,” dije, con mi dulce voz recubierta con una adorable capa de malicia y sarcasmo. “Pero creo que eras tú l que no veía por dónde iba. Y en cuanto a tu lenguaje, esta claro que no es propio de una dama usar semejante… jerga.”
La chica resopló. “¿Propio de una dama? ¡Gracioso viniendo de una muñeca tetona, rubia y torpe!”
Mis mejillas ardían de vergüenza e ira. “¿Te atreves a insultarme?” Le escupí de vuelta. Pero algo no cuadraba en aquella chica. Había un atisbo de… algo en sus ojos, una chispa que parecía siniestramente familiar. Borré el pensamiento y me giré al instante, retirándome para que mi suave y delicada mente pudiera seguir metiéndose en la maravillosa piscina del beso de Lord Kyosuke.
“¡Adelante, corre, rubia cobarde! ¡Te pillaré la próxima vez!”
¡Eso fue la gota que colmó el vaso! Me giré de vuelta y salté en justiciera e indignada furia, “¡Cómo si fuera a haber una próxima vez! Vete a casa alumnilla. ¡Algún día llegarás lejos, Y espero que te quedes puto ahí!” seguí alejándome…. pero seguí voceando mis insultos en su dirección.
“¿Oh? ¿Estás hablando otra vez? ¿No eras tú el motivo por que Dios creó el dedo del medio?”
“Jojojojojo…. muy bueno. Dime, muñeca descarada, cuántas lametones te tengo que dar hasta llegar hasta la parte interesante de esta conversación…”
Esto siguió hasta que no nos podíamos oír la una a la otra.
He escuchado en la estación local esta noche sin embargo, que mucha vida salvaje de la zona está siendo tratada de estrés postraumático ahora.
El resto del camino a casa parecía eterno, pero todo en lo que podía pensar era su dulce e inocente cara. ¿Cómo podía tal perfecta criatura no darse cuenta de la profundidad de mi amor por él? Tenía que encontrar una forma de enseñárselo, de hacerle entender que éramos el uno para el otro.
Mientras me acercaba a mi mansión, las puertas se erigían sobre mí como las fauces de un dragón, dispuesto a devorarme de vuelta al caos que era mi vida. Las luces estaban encendidas, proyectando una cálida luz sobre el camino adoquinado que llevaba a la puerta. Todo lo que podía oír eran sonidos de risas lejanas. Bueno.. al menos estaba en casa – un cielo dónde podía sentirme libre y segura de todas las tragedias de oxígeno que existían fuera de sus muros.
Ahí fue cuando TAMBIÉN escuché un sonoro gemido venir de dentro – provenientes de dos voces familiares.
Nop, no había un cielo aquí dentro tampoco.
Con un pesado suspiro, empujé la puerta frontal de la mansión para abrirla, preparándome para lo que pudiera encontrar. Las limpiadoras corriendo para encontrar una habitación que limpiar para no tener que estar en las proximidades. El olor a sudor y lujuria me golpeó cómo un montón de ladrillos, las paredes prácticamente vibraban con los sonidos del apareamiento de las dos hienas lésbicas. Miré de reojo, yendo hacia las escaleras. Entonces lo oí – el inconfundible sonido de los alaridos de placer de Madre.
“Oohhhh…. ssííí….”
No podía aguantarlo más. Fui corriendo hacia el salón de dónde emanaban los sonidos. La escena parecía el Diddy el dálmata en celo montando a su perra, Dyanetha, sólo que más enfermizo.
“¡MADRE! ¡Vosotras dos sois el motivo por el que la Madre Naturaleza inventó las enfermedades venéreas!” grité y les lancé mi mochila. Golpeé a Madre en la nuca, ero si ella hubiera notado el golpe en su cráneo, desde luego que no la detuvo, mientras seguía jorobando a mi hermana mayor.
Subí las escaleras rápidamente, lejos de la tortuosa escena de abajo, fui para darme una buena, larga y fría ducha – no para enfriarme del sensual beso de Kyosuke, sino para recuperarme del estrés postraumático que me dio el numerito del salón.
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- Fin de la Entrada -
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